lunes, agosto 20, 2012

Graduación de la Promociones 2006 y 2007 de la Escuela Académico Profesional de Bibliotecología y CC.II.


Los padrinos Alejandro Ponce, Karen Alfaro y la graduada Betzabe Rojas


Incluimos el discurso de Alejandro Ponce padrino de ambas promociones.

Tres mensajes a la Promoción de Yuyaniyuqkuna
Palabras del Padrino de la Promoción de Bibliotecólogos de San Marcos 2012

Alejandro Ponce San Román

Toda la estructura neural y endocrina humana nos empuja a ser felices. Tenemos enclavada en nuestra más íntima naturaleza, el llamado, la vocación a la realización plena, a la felicidad.
Contamos para ello, con un nutrido arsenal químico que nos induce a conductas que maximizan las oportunidades de alcanzar placer y alejar el dolor; así como a lograr un estado de equilibrio, paz interior y de alegre optimismo que constituye “eso” que asociamos a la felicidad.
Probablemente, el más complejo de los patrones de conducta sea el ejercicio profesional, y no debería sorprender que se convierta en uno de los tres condicionantes más importantes para alcanzar la autorrealización, junto con la vida familiar y la espiritualidad.
Tampoco debería llamar a sorpresa que las aptitudes que mejor permiten alcanzar la plenitud en la familia y la vida espiritual, esto es, la empatía, la capacidad de renuncia al egocentrismo, la resiliencia ante las adversidades, la apertura a los cambios y la entrega al prójimo; sean precisamente aptitudes críticas para nuestro éxito profesional.
Me gusta pensar que este es uno de los descubrimientos más tempranos de nuestra forma de vida y nuestro aporte a la creación de riqueza socialmente relevante1. Es decir, de nuestra profesión, sin duda la profesión que en nuestra cultura mejor integra el servicio y el reto intelectual.
¿El secreto de la felicidad? Eso que en tiempos medievales parecía el bien esquivo mítico, utópico, inaccesible, vecino brumoso de la Fuente de la Eterna Juventud, del país de Jauja y de El Dorado; en verdad está al alcance de todos. De cualquiera. De nosotros. El Secreto de la Felicidad yo se los voy a decir. En mi humilde opinión, junto con el descubrimiento del valor económico de la entropía y la neguentropía, la inversión en intangibles y el ahorro agregado en el disfrute de bienes públicos.

Este es mi primer mensaje: El secreto de la Felicidad es disfrutar plenamente lo que haces.

Un secreto muy sencillo, que se pronuncia en cinco palabras, que se enseña en dos segundos, que lo entendemos todos sin arriesgarnos a una mala interpretación. Pero que por desgracia, se olvida con aún mayor facilidad.
 “Ama con intensidad, besa despacio y perdona con rapidez”, dicen unos. “Ponle corazón a todo lo que haces”. Dicen otros. “Admira la gloria de Dios”, decimos los creyentes. “No pierdas tu capacidad de asombro”, dicen los filósofos. “Sé feliz ayudando a los demás a alcanzar su realización”, decimos los bibliotecarios. Y yo agrego: “hazlo, disfrutando plenamente lo que haces”.
Tu paso por la universidad te ha dejado un conocimiento teórico, un aprendizaje de destrezas y un instrumental de técnicas para construir valor basado en bienes intangibles, mediante la organización, sistematización y distribución de la información útil. Imposible medir lo que eso significa y lo que eso ha costado. La Tasa Interna de Retorno, sin duda, se sale de cualquier gráfica.
Pero en este momento, de despedida del claustro universitario, quiero destacar un punto adicional al secreto hace un instante revelado y que a veces también se pierde por flojera, displicencia y timidez. El valor de la unidad, del grupo. De ustedes como el capital social intangible y fraterno de cada uno de los miembros de la promoción.
En 1929, Frigyes Karinthy, formuló la hipótesis de que entre tú y cualquier persona del mundo, apenas hay seis grados de separación. Es decir, una cadena de seis personas que se conocen mutuamente y se conectan. Es lo más próximo que conozco de la fantasía New Age de que “todo está conectado”. Todo no sé, la relatividad lo niega, pero en el plano social, sin duda, todos estamos relacionados. “Nadie es un Isla”, no existe un Galápagos Málaga, ni una Isla de Pascua Zapata. Todos estamos en un continente de relaciones infinitamente más denso que el Tweeter de Lady Gagá. Estamos más presentes en el corazón de los demás de lo que creemos. Tenemos, en verdad y sin querer, más contactos que el facebook de Paolo Guerrero.
Pero tampoco seré tan ingenuo de prometerles demasiado de estas redes. La intensidad con la que influimos en los contactos de nuestros contactos, se reduce logarítmicamente con la distancia. Estarás dispuesto a despellejarte vivo por tu vecina, la cuerito, pero ya nadie reenvía correos por Amy Bruce. Por eso, nuestro capital social, siendo inmenso, solo tiene superávit disponible para la inversión en nuestras redes más cercanas.
Y ninguna, óyeme con cuidado, ninguna, es más pura, más intensa, más honesta y más realista que tus compañeros de clase. Sin duda, en tu familia y tus padres hallarás un respaldo indoblegable e insobornable. Pero no son objetivos. Con los anteojos de su amor, verán con los colores más amables tu verdadera capacidad para resistir la presión laboral, estudiar de madrugada, arriesgarte a ser intelectualmente honesto aún cuando no se supera la prueba del costo‐beneficio, tu capacidad para completar los datos a última hora, tu destreza para gestionar y comprender las complejas relaciones y solidaridades académico-amicales-profesionales-gremiales-y- no-quiero-deci-qué-mases típicamente sanmarquinas.
Y todo eso durante el último periodo en que no serás el “contacto correcto”, “la referencia”, “la vara”, “el aliado”. Tus amistades de la universidad, por eso, son la última amistad pura que conocerás. Después de esto, serás visto como un recurso, antes que como una persona.
Y por eso, no te pierdas. Piensa que mantenerte en contacto con tus amigos no solo es beneficioso, sino divertido. Es algo que disfrutarás plenamente. Es algo que te hará feliz.
Cultiva, pues, la amistad de tus compañeros de base con el cuidado con el que Dewey cultivó su Sistema de Clasificación. Con la misma dedicación con la que estudiaste tú el Modelo de Shannon y Weaver… bueno, mejor con más dedicación.
No olvides nunca que tú estás ya definido. Es decir, definido al modo Aristotélico, a diferencia de otros; pero por encima de todo, a semejanza de los que son como tú. Y entre gitanos no vamos a leernos las manos, pues. Tú eres sanmarquino. Cortado por esta poderosa tijera de cinco siglos. Miras el mundo con los ojos de Basadre y Baquíjano; de Pedro Zúlen y Pablo Macera. No eres un recién llegado a tu identidad. El Ser sanmarquino ya se infiltró en tus poros. Te saló. Te macera en su propio jugo. Te recortó un perfil. Te dejó inclinaciones como si fueras un triángulo isóceles.
Por eso mi segundo mensaje es: no te traiciones aislándote.
Cuando ingresaste, hace cinco años a estas aulas, yo te recibí y te di la bienvenida a la Academia. Te advertí que San Marcos es, en el Perú, la única verdadera universidad, en su sentido propio, su sentido universal. Es la más prestigiosa. La más relevante. La Archipatriótica, la que cimentó el Perú… y se hizo espejo de él.
Pero también te advertí que estaba acosada por la intolerancia ideológica, atenazada por la mediocridad y enemistada con los enemigos de la cultura y la inteligencia. Que el terrorismo enlodó sus blasones y nos obliga a sobrevivir a los prejuicios sociales. Te dije que San Marcos no era una escalera para alcanzar tus metas; sino, que era, ante todo, un muro que te impediría alcanzarlas.
Y te dije también que sólo quien tiene la grandeza de superar ese muro, tendrá el privilegio de llamarse Sanmarquino. Te dije hace cinco años que sería yo el primer ladrillo de ese muro. Hoy puedo recordar a la distancia cómo te vi superarme y madurar con dignidad. Cómo pasaste de ser alumno a compañero, a colega y a competidor en el mercado laboral.
Hoy, que te veo con un birrete en la frente; que te veo con esa frente en alto; con seguridad, con aplomo, con autonomía, con voz propia; que te veo dispuesto y dispuesta a ejercer tu profesión a plenitud: irrogándome la representación de quienes fueron tus maestros, te felicito de todo corazón y te entrego mi tercer y último mensaje:
Dile adiós a la Academia. Bienvenido a la Profesión.  
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